Sequía y Hambruna: La lucha de Etiopía por sobrevivir
Etiopía ha convivido durante décadas con temporadas de lluvia impredecibles, suelos cada vez más frágiles y una
presión creciente sobre el agua y la tierra cultivable. Ese equilibrio ya era delicado, pero en los últimos años se
ha vuelto extremo. La sequía de 2022 —una de las más duras en tiempos recientes— reveló con crudeza lo que ocurre
cuando el clima cambia más rápido de lo que los sistemas agrícolas tradicionales pueden adaptarse: cosechas que no
llegan, ganado que muere por falta de pasto y agua, y familias enteras empujadas a una inseguridad alimentaria
aguda.
A esta realidad se suman factores que hacen la crisis más compleja: el agotamiento de las fuentes de agua, el
deterioro del suelo por sobreuso, la escasez de insumos agrícolas accesibles y, en ocasiones, conflictos y
desplazamientos que interrumpen rutas de abastecimiento y dificultan la llegada de ayuda. Para millones de
personas, “sequía” no es un fenómeno meteorológico; es una cadena de consecuencias que afecta la escuela, la salud,
el trabajo, la nutrición infantil y la posibilidad misma de planificar el futuro.
Un ciclo que se repite y golpea a millones
La historia contemporánea de Etiopía está marcada por ciclos repetidos de sequías y hambrunas. En los años 80, una
sequía profunda redujo de manera drástica la disponibilidad de agua y provocó una tragedia humanitaria que el mundo
aún recuerda. La respuesta internacional movilizó donaciones y asistencia masiva; sin embargo, gran parte de esa
ayuda fue reactiva: llegó cuando el daño ya estaba hecho y, con frecuencia, no transformó el sistema agrícola ni
el manejo del agua de forma suficiente como para evitar que el patrón se repitiera.
Desde entonces, el país ha realizado esfuerzos para reducir el riesgo de hambrunas, pero el problema evoluciona.
El cambio climático intensifica la variabilidad: lluvias que se retrasan, temporadas más cortas, olas de calor y
largos periodos sin precipitaciones. En el campo, eso se traduce en semillas que no germinan, plantas que se
marchitan en etapas tempranas y cultivos que no llegan a madurar. Cuando la cosecha falla, la economía doméstica
se derrumba: el ingreso cae, la dieta se vuelve más pobre, y los hogares se ven obligados a vender activos (como
animales o herramientas) para sobrevivir.
Con cada ciclo, la resiliencia disminuye. Recuperarse de una sequía requiere tiempo y recursos: reponer animales,
recuperar suelos, reconstruir reservas de agua y conseguir semillas. Pero si el siguiente evento llega antes de
que la familia o la comunidad se estabilice, el impacto se acumula. Por eso, el problema no es solo “una sequía”,
sino la repetición y el encadenamiento de sequías que convierten una dificultad agrícola en una crisis social.
Escasez de agua y falta de tierra cultivable
Dos fuerzas se combinan para alimentar la vulnerabilidad: el agua se vuelve más difícil de asegurar y la tierra
productiva es limitada. Etiopía tiene zonas montañosas y grandes extensiones de planicies secas; no todo el
territorio es apto para agricultura intensiva. Aun donde se cultiva, la presión demográfica y la necesidad de
producir alimento año tras año pueden llevar a la sobreexplotación: pastoreo excesivo, falta de reposición de
nutrientes, degradación del suelo y pérdida de materia orgánica.
Cuando el suelo se empobrece, retiene menos humedad y se vuelve más vulnerable a la erosión. Es un círculo vicioso:
con menos fertilidad, el agricultor necesita sembrar más área o repetir cultivos sin descanso; con menos cobertura
vegetal, el terreno se calienta más y se erosiona; y con menos agua disponible, cada temporada resulta más
incierta. En las planicies secas, la escasez de agua no solo afecta el riego: también limita el consumo humano y
aumenta el riesgo de enfermedades por el uso de fuentes contaminadas o inseguras.
En 2022, el impacto alcanzó niveles críticos. Millones de personas necesitaron asistencia inmediata para
alimentarse. A la presión climática se sumaron obstáculos logísticos: desplazamientos, interrupciones de rutas y
dificultades para que organizaciones humanitarias llegaran a las zonas más afectadas. Cuando la ayuda tarda, las
decisiones de supervivencia se vuelven extremas: reducir comidas, sacar a niños de la escuela para buscar agua o
trabajo, migrar, vender el último ganado.
Sin apoyo, el futuro se oscurece
Si no se actúa con rapidez y visión de largo plazo, la situación puede empeorar. El cambio climático no es un
riesgo “futuro”: ya altera los calendarios agrícolas y el acceso al agua. Al mismo tiempo, la población crece y
aumenta la demanda de alimentos, madera, energía y empleo. Esa combinación eleva la presión sobre los recursos
naturales y hace que la agricultura de subsistencia —que depende de la lluvia y de herramientas básicas— sea cada
vez más frágil.
El gobierno y organizaciones locales han impulsado programas para mejorar la gestión del agua, apoyar la producción
agrícola y responder a emergencias. Pero la magnitud del desafío excede lo que una sola estructura puede resolver
por sí misma. Etiopía necesita, además de ayuda humanitaria, inversiones en soluciones que reduzcan la dependencia
de lluvias erráticas y que permitan producir más alimento con menos agua, menos tierra y menos pérdidas.
Eso implica priorizar métodos agrícolas adaptables al clima: sistemas de riego eficientes, técnicas que mejoren la
salud del suelo, estrategias de conservación de humedad y prácticas que faciliten el aprendizaje comunitario.
También significa fortalecer capacidades: formación, manuales, acompañamiento técnico y espacios de demostración
donde estudiantes, agricultores y familias puedan ver resultados y replicarlos.
Growing To Give: esperanza que se convierte en acción
La sequía en Etiopía amenaza vidas, especialmente en comunidades donde el margen de seguridad es mínimo. Cuando
llueve menos y durante menos días, el agricultor pequeño enfrenta un dilema: sembrar y arriesgarse a perderlo todo
o no sembrar y quedarse sin alimento. La pérdida de ganado —por falta de agua y pastos— agrava la crisis porque los
animales son ahorro, fertilidad (estiércol), tracción y, para muchas familias, una reserva de alimento.
A la vez, la degradación ambiental complica el panorama: la deforestación y el sobrepastoreo pueden acelerar la
erosión, disminuir la infiltración de agua y reducir la capacidad de recarga de acuíferos. En algunas regiones,
la escasez de agua potable se vuelve cotidiana, obligando a recorrer largas distancias para abastecerse. El costo
de esa tarea recae con frecuencia en mujeres y niñas, afectando el tiempo disponible para la educación y el
trabajo.
Ante una crisis de esta escala, la respuesta debe combinar alivio inmediato con soluciones que ayuden a romper el
ciclo. Aquí es donde iniciativas como las de Growing To Give pueden aportar una diferencia real. Además de apoyar
necesidades urgentes, el enfoque se orienta a construir resiliencia: enseñar a producir alimentos con métodos
“inteligentes en agua”, diseñados para funcionar en espacios limitados, con menos desperdicio y con un mantenimiento
manejable.
Un ejemplo clave es el trabajo con comunidades escolares. Los huertos escolares sostenibles crean un doble impacto:
alimentan y educan. Cuando una escuela aprende a cultivar con sistemas eficientes, los estudiantes no solo
participan; se convierten en mensajeros de conocimiento. Lo que aprenden puede viajar a sus hogares, a vecinos y a
pequeños agricultores cercanos. La escuela se vuelve un centro práctico de innovación: un lugar donde se enseña
nutrición, agricultura, emprendimiento y cuidado del agua de forma aplicada.
Este modelo también ayuda a enfrentar un problema estructural: cuando la educación se desconecta de la realidad
diaria, los aprendizajes se olvidan. En cambio, el aprendizaje experiencial —sembrar, regar, observar, cosechar,
medir resultados— se queda en la memoria y crea habilidades útiles. Además, introduce a los estudiantes a nuevos
vegetales y frutas, mejora hábitos alimentarios y abre la puerta a pequeñas iniciativas de venta o intercambio
local.
Growing To Give trabaja para que esa esperanza sea concreta: herramientas, capacitación, manuales, seguimiento y
sistemas de cultivo que reduzcan el gasto de agua y aumenten la productividad. En un contexto donde los recursos
son limitados, la eficiencia es un acto de justicia: producir alimento con menos agua significa que más personas
pueden acceder a una dieta saludable sin depender totalmente de cadenas de suministro inestables.
La ruta por delante no es sencilla. Etiopía seguirá enfrentando temporadas difíciles, y el clima continuará
cambiando. Pero la historia también muestra que las comunidades responden con fuerza cuando cuentan con
conocimiento, recursos apropiados y apoyo constante. Con alianzas, inversión en agricultura adaptativa y programas
educativos bien diseñados, es posible debilitar el ciclo de sequía y hambruna.
En tiempos de crisis, la esperanza no es un discurso; es una infraestructura. Se construye con agua bien utilizada,
suelos recuperados, semillas adecuadas, escuelas activas y comunidades que aprenden a sostenerse. Growing To Give
busca ser parte de esa construcción: una mano extendida hoy y una estrategia para que, mañana, menos familias
dependan de la emergencia y más personas puedan vivir con dignidad, seguridad y futuro.