La relación simbiótica entre las plantas del bosque y los hongos
Los bosques no son solo conjuntos de árboles:
son sistemas vivos, complejos y profundamente conectados. Bajo la hojarasca, entre raíces finas y granos de suelo,
existe una red biológica que sostiene gran parte de la productividad del ecosistema: la colaboración entre plantas y hongos.
En muchos casos, esta asociación no es un “extra”, sino una estrategia de supervivencia que mejora la nutrición,
la resistencia al estrés ambiental y la estabilidad del bosque.
Cuando hablamos de simbiosis, nos referimos a una relación estrecha en la que ambas partes obtienen beneficios.
En el contexto forestal, uno de los ejemplos más importantes es la micorriza:
una alianza entre hongos del suelo y las raíces de las plantas. El hongo actúa como una extensión del sistema radicular,
explorando el suelo con hifas microscópicas y ayudando a capturar agua y nutrientes; la planta, a cambio, le “paga”
con azúcares y compuestos orgánicos producidos en la fotosíntesis.
Esta dinámica no solo favorece a un árbol aislado. Muchas veces, las micorrizas conectan a múltiples plantas,
formando lo que algunos científicos describen como “redes subterráneas” que pueden redistribuir recursos,
influir en la regeneración del bosque y contribuir a la diversidad vegetal. En este artículo exploramos ejemplos
de estas alianzas en bosques templados y bosques tropicales, y por qué son tan decisivas
para la salud del suelo, la biodiversidad y la resiliencia ecológica.
Bosques templados: un baile estacional entre raíces y micelio
Los bosques templados se caracterizan por estaciones marcadas: veranos de crecimiento activo,
otoños de caída de hojas, inviernos de reposo y primaveras de renovación. En este escenario cambiante,
las micorrizas ayudan a las plantas a aprovechar ventanas cortas de nutrientes, humedad y temperatura favorable.
No es casualidad que muchas especies arbóreas templadas dependan de socios fúngicos para prosperar,
especialmente en suelos donde el fósforo o el nitrógeno no están fácilmente disponibles.
Existen distintos tipos de micorriza, pero dos son especialmente relevantes en bosques:
las ectomicorrizas (muy comunes en coníferas y algunas frondosas)
y las micorrizas arbusculares (frecuentes en muchas plantas herbáceas y árboles en distintos climas).
En las ectomicorrizas, el hongo forma una “capa” alrededor de la raíz y una red que se introduce entre células;
en las arbusculares, el hongo entra en células específicas de la raíz y crea estructuras finas que facilitan el intercambio.
En ambos casos, el objetivo es el mismo: intercambio eficiente de energía por nutrientes.
Douglas fir y Rhizopogon: cooperación para crecer y resistir la sequía
Un ejemplo clásico en ambientes templados involucra al abeto Douglas (Douglas fir)
y hongos micorrícicos del género Rhizopogon. En suelos forestales,
el fósforo suele estar “atado” a partículas minerales o materia orgánica y no siempre está disponible para la raíz.
Aquí es donde el hongo marca la diferencia: sus hifas pueden explorar microespacios del suelo inaccesibles para las raíces,
movilizando nutrientes y agua con gran eficiencia.
Para el árbol, el beneficio se traduce en mejor absorción de fósforo y nitrógeno,
crecimiento más vigoroso y, en muchas situaciones, mayor tolerancia a periodos secos.
Para el hongo, el pago es energético: el árbol le entrega azúcares producidos al captar luz solar.
Esta relación se vuelve especialmente importante en etapas tempranas de crecimiento,
cuando una plántula necesita establecerse rápido antes de que la competencia y el estrés ambiental la superen.
Rebozuelos (chanterelles) y árboles del bosque: más que un “hongo comestible”
Muchas setas apreciadas por recolectores no son “plantas”, sino la parte visible de un organismo fúngico
mucho más grande que vive bajo tierra. Los rebozuelos (chanterelles),
por ejemplo, forman relaciones micorrícicas con distintos árboles como robles, hayas y coníferas.
En lugar de vivir de materia muerta (como hacen muchos descomponedores), estos hongos establecen un intercambio directo
con las raíces: nutrientes y agua por carbohidratos.
Además del beneficio individual para árbol y hongo, estas asociaciones mejoran el ecosistema:
aumentan la disponibilidad de nutrientes para el conjunto de plantas,
ayudan a estabilizar la estructura del suelo (favoreciendo agregados y porosidad),
y contribuyen a un ciclo más eficiente de materia orgánica. Si te interesa ver más ejemplos de asociaciones entre árboles y setas,
puedes explorar esta guía sobre
hongos vinculados a árboles.
La “economía” del suelo: por qué los hongos son expertos en conseguir nutrientes
En muchos bosques templados, el nutriente limitante no es el carbono (que las plantas obtienen del aire),
sino minerales del suelo: fósforo, nitrógeno, micronutrientes y agua durante periodos secos.
Los hongos micorrícicos son especialmente buenos para conseguirlos porque su red de hifas puede
abarcar grandes áreas con un “costo” energético relativamente bajo.
En términos simples: para una planta, construir raíces gruesas y largas puede ser caro;
“contratar” un hongo que explore por ella puede ser una inversión rentable.
Otra ventaja clave es la protección. En algunos casos, la presencia de micorrizas puede reducir el impacto
de ciertos patógenos del suelo, al ocupar espacio en la raíz, estimular defensas o mejorar el estado general de la planta.
No es una armadura infalible, pero sí una capa extra de resiliencia que puede inclinar la balanza
en entornos donde el estrés se acumula: poca agua, suelos pobres o cambios bruscos de temperatura.
Bosques tropicales: vida acelerada, humedad alta y nutrientes que se reciclan rápido
Los bosques tropicales se asocian con calor, lluvias frecuentes y una diversidad biológica impresionante.
Sin embargo, un dato que sorprende a muchos es que en varios trópicos los suelos pueden ser relativamente pobres en nutrientes disponibles.
¿Cómo es posible tanta exuberancia? En gran parte, porque los nutrientes se reciclan con rapidez:
hojas, ramas y frutos caen, se descomponen velozmente y vuelven al sistema en ciclos cortos.
En este escenario, las micorrizas y los hongos descomponedores se convierten en “motores” del ecosistema.
La humedad favorece el crecimiento fúngico y acelera la descomposición de materia orgánica.
Los hongos transforman residuos vegetales en formas que pueden volver a entrar en la cadena trófica.
Al mismo tiempo, las micorrizas ayudan a las raíces a capturar nutrientes antes de que se pierdan por lixiviación
(arrastre por el agua) o queden inmovilizados en el suelo.
Cacao y Rhizophagus: una alianza que puede mejorar el vigor de la planta
Un ejemplo relevante en trópicos es la asociación entre el cacao y micorrizas del género Rhizophagus.
En cultivos y sistemas agroforestales, el cacao puede beneficiarse de hongos que amplían la “zona de absorción” de sus raíces.
Esta colaboración ayuda a captar nutrientes esenciales y puede contribuir a un mejor rendimiento
cuando el suelo es limitado o cuando la competencia por recursos es alta.
Para el hongo, el cacao representa una fuente de energía constante: carbohidratos derivados de la fotosíntesis.
Para el árbol, el hongo funciona como un socio que “busca” en el suelo lo que la raíz por sí sola no encuentra con facilidad.
Este tipo de relación ilustra por qué, en sistemas tropicales, pensar en el suelo como un ecosistema vivo —y no solo como “tierra”—
cambia por completo la forma de cultivar y restaurar paisajes.
Palmas y Glomus: soporte subterráneo para plantas clave del ecosistema
Otro ejemplo de simbiosis común en zonas tropicales aparece entre palmas y hongos micorrícicos del género Glomus.
Las palmas pueden ser especies estructurales y funcionales en muchos bosques: aportan sombra,
alimento para fauna, fibras, refugio y microhábitats. Cuando una palma está bien nutrida y sana,
no solo prospera ella: también sostiene a otras especies que dependen de su presencia.
La micorriza ayuda a la palma a mejorar la absorción de nutrientes y agua,
lo que puede traducirse en mayor vigor y estabilidad frente a estrés.
A su vez, el hongo recibe energía y mantiene su ciclo de vida.
El resultado final puede ser un efecto en cascada: un “pilar” vegetal más fuerte
que favorece la biodiversidad local.
De materia muerta a vida nueva: los hongos como recicladores del bosque
No todas las relaciones planta-hongo son micorrícicas, pero incluso cuando no existe un intercambio directo
con raíces, los hongos siguen siendo esenciales. Los hongos descomponedores (saprófitos)
degradan hojas, madera y otros restos orgánicos. Sin ellos, el bosque se “atascaría”:
la materia muerta se acumularía y los nutrientes tardarían mucho más en volver a estar disponibles.
En bosques tropicales, la descomposición rápida es una pieza clave del rompecabezas.
La imagen típica de hongos creciendo sobre hojas en descomposición no es solo estética:
representa el trabajo continuo de transformar residuos en fertilidad ecológica.
En bosques templados, donde el frío puede ralentizar procesos, la descomposición sigue siendo vital,
aunque se produzca a ritmos diferentes.
Impacto de la simbiosis planta-hongo en la salud y biodiversidad del bosque
Cuando las micorrizas funcionan bien, el suelo suele volverse más “amigable” para la vida:
mejora la estructura, aumenta la retención de humedad y se estabiliza el ciclo de nutrientes.
Esto puede facilitar el establecimiento de plántulas, promover la diversidad de especies vegetales
y crear un entorno más resistente a perturbaciones como sequías, incendios o tormentas intensas.
Además, la red subterránea fúngica influye en la forma en que las plantas compiten y cooperan.
En ciertos contextos, la presencia de micorrizas puede favorecer a unas especies sobre otras,
lo que impacta la composición del bosque a largo plazo.
Esto no es “bueno” o “malo” por sí mismo: es parte de la dinámica natural de los ecosistemas,
donde relaciones invisibles determinan qué especies prosperan, cuáles se mantienen y cuáles retroceden.
Otro efecto importante es el vínculo con la biodiversidad. Hongos, bacterias, insectos del suelo,
nematodos y otros organismos forman un sistema interdependiente.
Cuando los hongos micorrícicos prosperan, pueden crear condiciones que favorecen a otros grupos,
aumentando la complejidad biológica del suelo. Esa complejidad, a su vez, suele traducirse en mayor estabilidad del sistema.
Por qué estas alianzas importan hoy: resiliencia, clima y restauración
En un mundo con más olas de calor, sequías y cambios en patrones de lluvia, las micorrizas son parte del “kit de resiliencia”
de los bosques. Al mejorar la absorción de agua y nutrientes, pueden ayudar a plantas a tolerar estrés.
También influyen en procesos de suelo relacionados con carbono y materia orgánica,
que a su vez se conectan con la salud del ecosistema.
Cuando se restauran bosques degradados, a menudo no basta con plantar árboles: hay que recuperar el funcionamiento del suelo.
En ese sentido, apoyar la vida microbiana —incluyendo hongos beneficiosos— puede ser crucial para que un proyecto de reforestación
pase de “plantación” a “ecosistema”. Un suelo vivo acelera el establecimiento,
reduce pérdidas por estrés y mejora la probabilidad de que el bosque se sostenga con el tiempo.
Al final, la historia es sencilla y profunda: en los bosques, la supervivencia rara vez es un esfuerzo solitario.
Plantas y hongos llevan millones de años ensayando alianzas que aumentan la eficiencia,
reciclan nutrientes y sostienen la biodiversidad. Si queremos bosques sanos —templados o tropicales—
necesitamos entender y proteger esa cooperación silenciosa que ocurre bajo nuestros pies.