Growing To Give Etiopía
Etiopía, ubicada en el Cuerno de África, es el país sin salida al mar más poblado del mundo. Su economía gira en gran medida alrededor de la agricultura: es la principal fuente de empleo y sustento, y sostiene a la mayoría de los hogares del país. En muchas regiones, la agricultura no es un sector “más”, sino el corazón de la vida diaria: determina qué se come, si hay ingresos, si los niños pueden asistir a la escuela y cuánta estabilidad puede construir una familia a lo largo del tiempo.
La mayor parte de la producción agrícola proviene de pequeños agricultores que trabajan parcelas reducidas, normalmente con mano de obra familiar. Se cultivan hortalizas, frutas, cereales, legumbres, semillas oleaginosas, raíces y tubérculos, además de cultivos comerciales que ayudan a generar ingresos. En muchos casos, el tamaño de la parcela es menor a lo que una familia necesitaría para garantizar abundancia; por eso el objetivo suele ser sobrevivir, no prosperar. Y cuando llegan años difíciles —menos lluvia, más calor, suelos más pobres— esa línea de supervivencia se vuelve extremadamente delgada.
Aunque el país cuenta con comunidades agrícolas con gran conocimiento tradicional, gran parte del sistema sigue siendo de baja tecnología y tiene dificultades para adaptarse a cambios acelerados en el clima y en la disponibilidad de agua. Lo que se necesita es una forma de cultivo que sea climáticamente adaptable, de implementación rápida, fácil de aprender, altamente productiva y que use menos agua en condiciones difíciles. Ahí es donde Growing To Give busca contribuir: desplegando tecnologías agrícolas inteligentes en agua, pensadas para funcionar en entornos donde cada gota cuenta.
Sequía y crisis del agua: Etiopía con hambre y sed
Etiopía ha enfrentado sequías recurrentes y crisis hídricas durante muchos años. En distintas épocas, estas crisis han causado pérdida de cosechas, muerte de ganado y escasez de agua potable, empujando a millones de personas a un riesgo real de hambre y desnutrición. Cuando el agua falta, se detiene todo: no hay riego, los pastos se secan, los animales adelgazan, los alimentos suben de precio y las familias empiezan a tomar decisiones dolorosas, como reducir comidas o abandonar tierras.
Las sequías no son nuevas en la historia etíope, pero su impacto se ha intensificado por el cambio climático y por factores ambientales como la deforestación y la degradación del suelo. Cuando se pierde cobertura vegetal, el suelo se calienta más, retiene menos humedad y se erosiona con mayor facilidad. Así, el paisaje se vuelve más vulnerable y las lluvias —cuando llegan— no siempre se convierten en recarga de agua, sino en escorrentía y pérdida de suelo fértil.
La crisis del agua también se agrava por limitaciones de infraestructura y recursos para gestionar y conservar el agua de manera segura. Muchas comunidades dependen de fuentes no protegidas, como ríos, charcas o estanques, que pueden estar contaminados. Eso incrementa el riesgo de enfermedades transmitidas por el agua y genera un círculo que debilita todavía más a las familias: problemas de salud, menos días de trabajo, menos ingresos, peor nutrición.
Para enfrentar estos desafíos, el gobierno etíope y organizaciones internacionales han impulsado programas de gestión hídrica, agricultura sostenible y asistencia humanitaria. Sin embargo, la situación sigue siendo crítica. En muchas zonas rurales, la urgencia es doble: agua y alimentos. Por eso es clave invertir en soluciones que no dependan de grandes infraestructuras para funcionar, que sean replicables y que permitan a comunidades enteras producir más con menos recursos.
La mayoría vive de subsistencia
En Etiopía, una gran proporción de estudiantes proviene de hogares con pequeñas parcelas, de las que depende el sustento familiar. Cuando la producción cae, el impacto se siente de inmediato en la escuela: hay niños que faltan para ayudar en el campo, familias que no pueden pagar materiales básicos o que priorizan la supervivencia por encima de la educación. Aun así, está ampliamente reconocido que existe una relación directa entre reducción de pobreza y aumento de educación, especialmente en el caso de las niñas y las mujeres.
Cuando las niñas y mujeres acceden a educación de calidad, suelen tener mejor información sobre nutrición y salud, toman decisiones más seguras sobre su futuro y pueden acceder con mayor facilidad a oportunidades económicas. Con el tiempo, estos cambios elevan el bienestar de hogares enteros: familias más saludables, ingresos más estables, comunidades más resilientes. Por eso, fortalecer la educación no es solo un objetivo social: es una estrategia de desarrollo nacional.
Una oportunidad: enseñar a niños y niñas una nueva forma de cultivar
En muchos contextos educativos, el método tradicional de enseñanza —más centrado en “copiar y repetir” que en explorar y crear— puede dejar a los estudiantes pasando años en la escuela sin adquirir habilidades prácticas o conocimiento duradero. Para cambiar esa dinámica, organizaciones como Partners in Education trabajan para mejorar los resultados educativos en decenas de escuelas. Su enfoque incluye llevar el aprendizaje fuera del aula, hacia espacios vivos donde los estudiantes puedan observar, tocar, medir, sembrar y cosechar.
En colaboración con Growing To Give, la idea es convertir áreas de cultivo en aulas al aire libre utilizando Crop Circle Farms & Gardens. En este formato, los estudiantes pueden sentarse alrededor de patrones en espiral, rodeados de plantas, mientras el docente enseña desde el centro. La huerta deja de ser un “extra” y se convierte en un espacio pedagógico integral: ciencia, matemática, nutrición, emprendimiento, trabajo en equipo y responsabilidad comunitaria.
El proyecto
El aprendizaje “haciendo” (hands-on) es una de las formas más efectivas de enseñar, porque transforma información abstracta en experiencia real. En este proyecto, los estudiantes aprenderán a través de la práctica: preparar el área, instalar los sistemas, sembrar, observar crecimiento, manejar riego, entender nutrientes y evaluar resultados. Esta metodología suele permanecer en el tiempo mucho más que la memorización, y además fortalece la autoestima: el alumno ve que puede construir algo útil.
Este enfoque también es especialmente poderoso porque convierte a los estudiantes en agentes de cambio. No solo aprenden para sí mismos: adquieren habilidades transferibles que pueden compartir en casa, con vecinos y con pequeños agricultores cercanos. Cuando un niño o una niña aprende a producir más alimento con menos agua y menos esfuerzo, esa habilidad puede viajar rápidamente por la comunidad.
Meta del proyecto
Reducir la pobreza enseñando a estudiantes una forma nueva de cultivar alimentos con poca agua y en espacios limitados,
adecuada para las condiciones desafiantes de Etiopía.
Para lograrlo, el proyecto se estructura con objetivos claros y acciones prácticas, diseñadas para integrarse a la vida escolar y comunitaria:
— Diseñar espacios de enseñanza al aire libre alrededor de cada área hortícola con Crop Circle Gardens.
— Elaborar un manual práctico de Crop Circle Gardens adaptado a edades escolares.
— Capacitar a docentes para impartir lecciones utilizando huertos y áreas verdes como aula.
— Entrenar a estudiantes (niñas y niños) en métodos mejorados de cultivo y en emprendimiento integrado al currículo.
— Organizar visitas de pequeños agricultores locales para observar la tecnología en funcionamiento y aprender con la comunidad escolar.
— Apoyar a los estudiantes para que compartan habilidades y conocimientos con padres, madres y vecinos, aplicándolos en casa.
— Ayudar a las escuelas a generar ingresos sostenibles desde los huertos para fortalecer la calidad educativa sin depender de apoyo externo permanente.
— Monitorear avances y evaluar mejoras en ingresos familiares y resultados de aprendizaje.
— Introducir a los estudiantes a nuevas frutas y verduras, ampliando diversidad alimentaria.
— Establecer una cocina escolar vinculada al huerto.
— Ofrecer lecciones de nutrición y cocina para niñas y niños.
— Apoyar a estudiantes para que transmitan conocimientos de nutrición y habilidades culinarias a sus familias y las practiquen en casa.
— Dar seguimiento y evaluar resultados de manera continua.
Un componente clave de la sostenibilidad es la coordinación institucional. En muchos casos, el departamento regional de educación ya cubre salarios docentes. La intención es que, tras el período de acompañamiento inicial, estas instituciones continúen respaldando el proyecto, ayudando a sostenerlo en el tiempo. La experiencia en proyectos similares demuestra que, cuando las escuelas muestran resultados visibles (cosechas, participación, entusiasmo estudiantil), las autoridades tienden a apoyar y a promover esas iniciativas como modelos replicables.
Growing To Give en Etiopía
Growing To Give busca integrar Crop Circle Farms & Gardens como parte del aprendizaje en un conjunto amplio de escuelas, para que niñas y niños dominen tecnologías eficientes en agua y aprendan a cultivar alimentos con mayor productividad. La visión es crear una red educativa donde el huerto sea aula, la cosecha sea nutrición y la experiencia se convierta en herramienta para reducir vulnerabilidad.
Cuando un estudiante aprende a producir alimento localmente, mejora la nutrición y también adquiere una habilidad económica. Esa combinación —comida + conocimiento + capacidad práctica— es una de las formas más directas de fortalecer comunidades rurales. La meta final no es solo enseñar horticultura: es contribuir a un país más resiliente, donde las familias puedan enfrentar sequías y cambios climáticos con herramientas reales, accesibles y replicables.
En una nación donde la agricultura sostiene a la mayoría, apoyar al pequeño agricultor y a la escuela rural es apoyar el futuro. Con tecnologías adaptables, aprendizaje práctico y colaboración local, es posible transformar la educación en un motor de seguridad alimentaria.